15 de mayo de 2020

Encuentro con un Jaguarundi

El ejercicio de la profesión como abogados usualmente se limita al trabajo en lugares cerrados, mayoritariamente oficinas, bien sea que se trabaje en firmas de abogados, en la rama judicial, en entidades gubernamentales, en entidades de control, en los departamentos legales de empresas, entre otras entidades. Ahora bien, en el caso de los abogados que nos dedicamos al derecho ambiental combinamos la práctica del derecho en espacios cerrados con el trabajo de campo. No hay mejor forma de entender las normas ambientales que viendo la aplicación de estas en campo, entendiendo por el mismo, el proyecto de conservación, el minero, el petrolero, el de infraestructura, el de producción y/o transmisión de energía, el de producción de bienes y/o alimentos, etc. Así nace esta historia, en la que el diálogo con la naturaleza se materializa con un silencio de unos pocos segundos ante un Jaguarundi.

Eduardo Del Valle Mora*

Hace ya 6 años, cuando aún no había normas que hablaran en Colombia sobre Bancos de Hábitat, y apenas se empezaba a publicar artículos e informes como el que en su momento publicó Fundepúblico y Terrasos[1], fui invitado por la Gerente General de esta última entidad a soñar, a pensar en la estructuración del que se convertiría en el primer Banco de Hábitat de América Latina, ubicado en el Municipio de San Martín de los Llanos en el Departamento del Meta. En este momento, parecía difícil pensar en cómo estructurar un proyecto en el que se vendieran cupos de biodiversidad con el fin de que personas naturales o jurídicas con obligaciones de compensación ambiental y/o de inversiones forzosas de no menos del 1% pudieren dirigir allí sus recursos para garantizar de manera efectiva no sólo el cumplimiento de sus obligaciones ambientales, sino también, buscar la permanencia de esos esfuerzos en conservación en el tiempo. Igualmente, el modelo del Banco de Hábitat debía considerar el recibo de recursos del mercado no regulado, del mercado voluntario.

Así, comenzó el diálogo que tomaría varios años para consolidarse en un encuentro retrospectivo con la naturaleza como gratificación frente al trabajo ejecutado. Empezamos con el ejercicio de estructuración técnica, legal y financiera. Logramos obtener financiamiento de parte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), le apostamos nuestro tiempo y conocimiento a desentrañar la manera como podía configurarse un proyecto de conservación que fuera sostenible en el tiempo con una apuesta de 30 años. Luego llegó el Decreto 2099 de 2016[2], la Resolución 1051 de 2017[3] y la cartilla del MADS sobre el tema[4]. Logramos inscribir el Banco de Hábitat en noviembre de 2017 ante la Dirección de Bosques, Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible[5], inscripción que no habría sido posible si no hubiere existido durante décadas la vocación de conservación de los propietarios de los predios en los que se desarrolla el Banco de Hábitat, en donde dicho sea de paso se encuentra una de las reservas naturales más antiguas del país (Rey Zamuro). Predios que se nutren de la experiencia y tradición ganadera de la zona, pero sobre todo que son administrados por sus propietarios y trabajadores sobre la base del reconocimiento del poder del agua y de la naturaleza como articuladores de la vida.

Llegó la venta de los primeros 100 cupos de biodiversidad. Hoy ya logramos el registro del segundo Banco de Hábitat de Latinoamérica, esta vez ubicado en Antioquia[6], y la venta de más de 160 cupos en el Banco de Hábitat el Meta. Así mismo, seguimos en la tarea de estructuración de otros bancos en el país. Si bien, todo esto fue gratificante, la “cereza en el pastel” vino en febrero de este año al presenciar el saludo de un Jaguarundi.

No hay nada más gratificante para un abogado que ver que su conocimiento y tiempo invertidos en un proyecto se ven materializados en el éxito del proyecto en si mismo. En el caso de los proyectos de conservación, el éxito no se mide necesariamente en el número de cupos de biodiversidad vendidos, ni en la facturación; ello no significa que no sea importante en el ejercicio de la sostenibilidad del proyecto, máxime si los Bancos de Hábitat se estructuran sobre la base de los principios de adicionalidad, complementariedad, sostenibilidad y permanencia, como bajo la premisa del “pago por resultado” o también denominado “pago por desempeño”. Todo ello es cierto, sin embargo en términos prácticos, el éxito del proyecto de conservación se mide en diferentes indicadores ambientales, como por ejemplo aumento de la extensión de cobertura vegetal, aumento del DAP de los individuos arbóreos, cambios en la estructura de zonas de vegetación secundaria, mantenimiento de coberturas existentes, mejoramiento de la calidad del suelo, etc.

Para una persona que se cría en la ciudad, con eventuales “salidas de campo” los fines de semana, sus encuentros con la naturaleza, en particular con la fauna, se limitan a los animales de granja y los animales domésticos; y en el “mejor” de los casos con breves interacciones en zoológicos, al margen de la discusión que este tipo de centros suele generar. Ese era mi caso, nunca antes había tenido la fortuna de tener un encuentro uno a uno con un felino silvestre. Es posible que para una persona que vive en zonas rurales del país este tipo de encuentros sea de alguna manera frecuente, no lo era en mi caso, de ahí la relevancia de este primer, y hasta ahora, único encuentro.

Registrado el Banco de Hábitat, lograda la primera transacción del mismo, agarramos nuestros morrales y nos fuimos las personas involucradas en la estructuración y operación del Banco de Hábitat – junto con nuestras familias – a celebrar. La mejor manera de celebrar era caminando el área del proyecto. Allí llegamos, nos instalamos, recorrimos en grupo el área siendo muy cuidadosos de no salirnos de las picas (senderos). Disfrutamos nuestro periplo y volvimos al campamento base. Por supuesto, no vimos ni presenciamos ningún animal, íbamos en un grupo de unas 15 personas, de las cuales había varios niños de diversas edades. No era posible guardar absoluto silencio ni pasar desapercibidos ante los ojos de la naturaleza. Fue lindo ver la relación e interacción de los niños (y nosotros los adultos con nuestro espíritu de niños) con esta, así como el descubrimiento de “la selva” para todos. Fue maravilloso ver buena parte de la “mata” (bosque) en un muy buen estado de conservación.

Llegó la noche, la noche llanera. Ahí tuve la oportunidad de conocer al “Tío Lalo”, vestía de camuflado, no por ser militar, sino porque había estado todo el día en la mata “pajareando”. Se presentó como el guardián del bosque, un hombre que no percibe la tierra como un activo, sino como un préstamo de la naturaleza. Un hombre llanero de pura cepa. Un hombre con una visión muy interesante de la vida, con la experiencia ancestral que solo puede enseñar y transmitir el bosque. La primera pregunta que me hizo fue: ¿Y tú, qué haces con el agua?. Mi respuesta no podía ser otra que “echarle el cuento” de que contribuyo con el proyecto a cuidarla. En un ejercicio socrático, me llevó a entender que mi relación con el agua no está ligada principalmente por la protección del recurso, sino por una constante relación de contaminación. Cada vez que abrimos el grifo es para contaminar el agua. Lavamos los platos, contaminamos. Nos bañamos, contaminamos. Bajamos la cisterna, contaminamos. Lavamos los alimentos, contaminamos. Lavamos el piso, contaminamos. Bebemos el agua, contaminamos. En fin, solemos usar el agua para descargar en ella los residuos líquidos y sólidos de la vida en sociedad.

Avanzó la noche y pasamos a hablar de la relación con la naturaleza. El Tío Lalo sabiamente me decía, “deja que la naturaleza te hable, no la busques, simplemente, deja que ella te hable”. Me contaba que no es fácil ver ejemplares de los jaguarundis, por eso, no se debía buscar, sino que ellos, si querían aparecer lo harían. Me compartió una experiencia reciente en la que había percibido la presencia de un Jaguarundi al ver sus huellas marcadas en la tierra cuando el Tío Lalo se encontraba viendo una pasiflora. El felino lo había estado siguiendo, pero no había tenido la suerte de verlo. No sería fácil tener un encuentro con un animal que suele estar solo, salvo en el caso de las hembras con sus hijos. Estos animales se suelen mover en áreas que en promedio implica desplazamientos de hasta 20 km, con algunos casos en Brasil donde se han encontrado recorridos de más de 50 km. Animales que por su color se suelen mimetizar en el entorno. Una variedad de puma no muy grande. Un depredador por excelencia. Un animal que ha sido mitificado por comunidades indígenas desde hace varios siglos. En fin, un animal único que depende de largos corredores ecológicos. Luego, un encuentro con este felino, sería – casi – inimaginable.

Pasó la noche, me levanté. Recordé lo conversado con el Tío Lalo. Tomé un tinto, cogí mis botas y me fui a encontrarme con la naturaleza. Iba dispuesto a oír y ver lo que la naturaleza me quisiera mostrar, nada más. Sin presionarla. Sin preguntarle. Sin pedirle. Sin esperar una experiencia especial o particular. Simplemente a conectarme con la naturaleza. Busqué el camino, y empecé a recorrer la misma pica en la que había estado el día anterior con el grupo. Eran más o menos las 7:30 AM. Había un banco espeso de niebla en el ingreso de la mata. Empecé a adentrarme por la pica. Me encontraba allí “solo”, sin coterráneos, sin nadie con quien comentar o expresar lo que sentía y veía, dueño de mi silencio, o al menos de mi respiración y del ruido que hacía con cada paso que daba.

Empecé a caminar despacio, apreciando cada rincón del área. Buscando las señas de la pica. De repente, oí un ruido especial. Paré. Volteé mi mirada y percibí un ligero movimiento a unos 20 metros mío. Esperé. Respiré. No me moví. Entendí que la naturaleza me estaba hablando. Fui paciente, bueno, ni tanto, bastó con un silencio y quietud de unos tres minutos. No era un tema de tiempo, sino de actitud. De no generar una energía que resultara ser contraproducente.

No había nada diferente al ruido propio de “la selva”, ruidos que hablan desde las entrañas. Ruidos que causan todo tipo de sentimientos: nostalgia, miedo, alegría, expectativa, en fin, cada uno ve lo que tiene que vivir y sentir: se trata de un sentimiento y energía muy poderoso que sólo la naturaleza sabe generar. Ruidos que comunican el sonido de la caída de una gota, el crujir de las hojas secas, los movimientos de cuanto animal allí habita. En realidad con el paso de esos tres, para mi largos, minutos, lo único que me angustiaba era quedar en manos de una culebra o animal similar frente al cual ni siquiera sabría cómo habría reaccionado. Y bueno, mientras pasaba todo tipo de pensamiento por mi mente, y justo cuando me sentía relativamente cómodo con ese momento expectante, salió un Jaguarundi, se dejó ver, se levantó y sin afán continuó su recorrido. En ese momento entendí que el esfuerzo y dedicación de todo el equipo de trabajo que ha estado involucrado en el proyecto había tenido su recompensa. El saludo del Jaguarundi fue una manera de reconectarme con la naturaleza, de entender que los esfuerzos en conservación valen la pena, pero sobre todo que el Tío Lalo tenía razón, a la naturaleza no se le preguntan las cosas, a la naturaleza se le debe escuchar. La naturaleza nos habla y nos dice lo que nos tiene que decir. Se trata entonces es de la forma como construimos la relación con ella y de la manera como la percibimos.

Continué mi recorrido, seguí por la misma pica en la que había estado el día anterior. Nuevamente escuché ruidos, esta vez más fuertes y poco sutiles. Ahí arriba mío, había 5 monos disfrutando y haciendo de las suyas en las copas de los árboles. Un nuevo aprendizaje: no es que la naturaleza recupere lo suyo ante la ausencia de humanos como se ha venido diciendo en los últimos días frente a las “apariciones” de los animales con ocasión de las medidas adoptadas por el COVID-19, es simple, la naturaleza siempre está ahí, somos nosotros – los humanos – los que no la percibimos de la misma manera con nuestro afán y presión causada por el trajín diario.

No espero que volvamos a la normalidad después del COVID-19, o al menos a la “normalidad” que conocíamos. Todo este confinamiento me mantiene presente el saludo del Jaguarundi y me llama a hacerles extensivo el mensaje de la conservación. Se trata justamente de garantizar el proceso de producción de bienes y servicios, y al mismo tiempo la conservación y recuperación de hábitats. Si algo debe dejarnos el COVID-19, es que los debates no se ponen en blanco y negro, sino en perspectiva. La paleta de colores, va más allá de esos dos tonos.

Hoy en día, agradezco más que nunca haber orientado mi profesional al derecho ambiental, y a darme estos espacios de conexión con la naturaleza. El Jaguarundi siempre estará presente. Todos podemos ser guardabosques, sin importar nuestra profesión u oficio, nuestra edad, nuestra ubicación geográfica. Para proteger la naturaleza no se requiere nada diferente a ser conscientes del uso racional de los recursos naturales.


[1] http://fundepublico.org/wp-content/uploads/2014/05/Capitulo-1.pdf

[2] https://www.minambiente.gov.co/images/normativa/app/decretos/b6-decreto-2099.pdf

[3] https://www.minambiente.gov.co/images/normativa/app/resoluciones/fc-res%201051%20de%202017.pdf

[4] https://www.minambiente.gov.co/images/BosquesBiodiversidadyServiciosEcosistemicos/pdf/manual_de_compensaciones/Compensaciones_GU%C3%8DA_BANCOS_DE_HABITAT.pdf

[5] https://www.minambiente.gov.co/index.php/noticias-minambiente/2636-se-lanza-en-colombia-primer-banco-de-habitat-de-latinoamerica

[6] https://www.larepublica.co/responsabilidad-social/el-banco-de-habitat-del-bosque-seco-tropical-se-lanzo-en-antioquia-2935220


* Docente e investigador del Departamento de Derecho del Medio Ambiente, Universidad Externado de Colombia