7 de mayo de 2024

La vorágine: una denuncia ambiental en la obra de José Eustasio Rivera

Se cumple un centenario desde que José Eustasio Rivera, por medio de su obra La Vorágine, reveló los vejámenes que el capitalismo depredador y la industria pecaminosa del caucho cometían en la selva amazónica colombiana, erigiéndose dicho texto literario como una denuncia de aquellos hechos, y también, como una denuncia ambiental de la deforestación y la explotación indiscriminada que se vivía para la época en la frontera colombo-peruana.

Por: Cristian Sebastian Bermúdez Rodríguez*

La segunda década del siglo XX corría, cuando José Eustasio Rivera[1], ejecutando la tarea de imponer límites a la nación colombiana con Venezuela[2], decidió dejar de lado su empresa para inmiscuirse en lo más profundo de la selva y encontrar la fatídica realidad que padecían los pueblos indígenas y el territorio en general: una vulneración sistemática de derechos humanos y una sobreexplotación abrumadora de la selva, del bosque, del ecosistema y de la vida misma causada por la Casa Arana y la Peruvian Amazon Company. El eco de tales hechos ya había sido puesto de presente en informes como los exhibidos en el Libro Azul y el Libro Rojo del Putumayo para 1912 y 1913, los cuales fueron producto de las investigaciones y pesquisas llevadas a cabo en la frontera colombo-peruana, derivada de las revelaciones que llegaron hasta el Parlamento Inglés. Tal fue el impacto generado, que la justicia peruana “metió mano” al asunto, empero, se conoce que las influencias políticas y económicas de los gerentes caucheros impidieron desde muchos flancos imponer la ley sobre las ilícitas actividades de la industria extractiva del caucho[3].

Así, Rivera se inspiró en tal situación y sacó a la luz su obra, La Vorágine[4]; por medio de la literatura, estos hechos se conocieron más allá de la institucionalidad. Sin embargo, se observa que las diferentes sinopsis, interpretaciones, críticas y resúmenes de la fascinante obra de José Eustasio se centran en presentar las condiciones infrahumanas a las cuales fueron sometidos los pueblos indígenas esclavizados por los empresarios caucheros peruanos, situación a la que no debe restársele ni un poco del interés puesto. Sin embargo, también es cierto que, su escrito puede ser definido como una denuncia ambiental[5], esto basándonos en una lectura actualizada un centenario después de su publicación, teniendo en cuenta las graves problemáticas ecológicas y ambientales a las que nos enfrentamos.

Fue en la década de los veinte cuando Rivera dedicó su tiempo a la estructuración de la citada obra, cuando el derecho ambiental se encontraba en su prehistoria. Para la fecha, la comunidad internacional no erigía tratados centrados en la protección real ambiental, y el derecho, tanto interno como externo, no se interesaba por proteger el medio ambiente de forma interesada o efectiva.[6]

Ahora bien, sabemos que en La Vorágine se cuenta la aventura a la que se lanzó Arturo Cova, el protagonista, quien salió hacia al llano huyendo de las conservadoras acusaciones de la ciudad por su relación con Alicia, para que aquel, buscando riqueza, empezara a negociar con ganado, siendo infructuoso su intento, y sufriendo el desamor causado en el arrebato de su compañera por un empresario del caucho, Barrera. Y yendo tras su huella, conoce a Clemente Silva y varios personajes, con quienes sufre desventuras en el Amazonas y da cuenta del espantoso escenario de la extracción del caucho.

Desde una perspectiva de un lector ambiental, se puede encontrar que Rivera empieza por hacer diversas alusiones a la riqueza natural, o biodiversidad como se conoció en los años ochenta[7], de la llanura del Orinoco colombiano, y posteriormente a la del Amazonas, así:

“…Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y de todas partes, del pajonal y del espacio, del estero y de la palmera, nacía un hálito jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación.” (Rivera, 1924)

“…Y cuando el alba riega sobre los montes su gloria trágica, se inicia el clamoreo sobreviviente. El zumbido de la pava chillona, los retumbos del puerco salvaje, las risas del mono ridículo…” (Rivera, 1924)

Posteriormente, en la segunda y tercera parte del libro, se encuentra una visión de la selva atemorizante y monstruosa, varias son las páginas que muestran la Amazonía como un lugar inhóspito, desconocido, que destroza a los seres humanos que se inmiscuyen en ella, así lo relata el autor desde la posición del protagonista Arturo Cova:

“¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas en el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tu misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas!” (Rivera, 1924)

A pesar de tener tal enfoque de la espesura forestal colombiana, no duda en declarar como funesta y vil la sobreexplotación que sufría la flora, pues los agentes caucheros habían esclavizado a comunidades enteras con la intención de derribar ilimitados bosques para la siembra del árbol de caucho y así poder extraer el anhelado líquido que después se exportaba para la producción de distintas industrias. Así se relata desde la mirada del personaje Clemente Silva:

“Mientras lo ciño al tronco goteante el tallo acanalado del caraná, para que corra hacia la tazuela su llanto trágico, la nube de mosquitos que lo defiende chupa mi sangre y el vaho de los bosques nubla mis ojos. ¡Así el árbol y yo, con tormento vario, somos lacrimatorios ante la muerte y nos combatiremos hasta sucumbir!

Mas yo no compadezco al que no protesta. Un temblor de ramas no es rebeldía que inspire afecto. ¿Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a reptiles para castigar la explotación vil?…

¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles puede hacerlo contra los hombres!” (Rivera, 1924)

Se observa cómo el escritor tuvo un enfoque negativo de la extracción de caucho, considerándola una actividad contra la naturaleza misma de la selva, e inclusive apunta que ante tal práctica el bosque mismo responde con efectos negativos hacia los caucheros.

De igual manera, consideró la industria cauchera sobreexplotadora como un mal causado a la Amazonía. De esta forma la describió:

“No obstante, el hombre civilizado el paladín de la destrucción. Hay un valor magnífico en la epopeya de estos piratas que esclavizan peones, explotan al indio y se debaten contra la selva…

Por fin, un día, en la peña de cualquier río, alzan una choza y se llaman “amos de empresa”. Teniendo a la selva por enemigo, no saben a quien combatir, y se arremeten unos a otros y se matan y se sojuzgan en los intervalos de su denuedo contra el bosque. Y es de verse en algunos lugares cómo sus huellas son semejantes a los aludes: los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir”. (Rivera, 1924)

Del apartado citado con inmediata antelación, se puede observar que lo presenciado por Rivera en su excursión, y relatado en su texto, correspondía a una explotación abusiva, excesiva, que no respetaba los límites naturales y la resiliencia del ecosistema, al punto de hacer perder especies de árboles como el balatá. Por lo cual, se pueden presenciar fenómenos que en la actualidad también son congoja de este milenio, tales como la deforestación, problemática que en la actualidad afecta la Amazonía gracias a industrias como la ganadería extensiva, la minería ilegal y otras. También aparece la pérdida de biodiversidad como un inconveniente fuerte que termina por perjudicar en gran manera el equilibrio ecológico, y por tanto, al ser humano mismo.

Además, resulta notable la frase última de dicho párrafo: “De esta suerte ejercen fraude contra las generaciones del porvenir” (Rivera, 1924), que es familiar y análoga a lo que décadas después sería denominado por el Informe Bruntland como desarrollo sostenible[8]. Ya Rivera era consciente de que una exacerbada explotación de los recursos naturales, causante también de pérdida de especies, resultaba del todo contraria al bienestar y los intereses de las generaciones futuras, o como se expresó, de las generaciones del porvenir.

Y no sólo la explotación del caucho, también la masacre a la que fueron sometidos los pueblos indígenas, manifestada en La Vorágine, se puede considerar un asalto a la protección y mantenimiento del medio ambiente, pues es de conocimiento público que la existencia de estas comunidades contribuye a la preservación de áreas de importancia ecológica desde tiempos postreros. Tan notable es la conexión intrínseca entre comunidades étnicas y ambiente que los actuales debates internacionales buscan darle la preponderancia que merece al tema trayendo la cuestión a la mesa de las Conferencias de las Partes de los instrumentos jurídico-internacionales medioambientales más importantes[9].

Son los argumentos anteriores razones para considerar que el daño ambiental causado por las caucherías en las primeras décadas del siglo XX a la Amazonía, también fue un tema tratado en La Vorágine, obra que es una denuncia de tales hechos, y por lo tanto, su lectura en la actualidad es necesaria, pues aquella es un llamado desde la literatura a preservar el medio ambiente, a tratar con racionalidad la explotación de recursos y a respetar los límites de resiliencia de los ecosistemas con el fin de contribuir a disminuir los efectos del cambio climático, a evitar la pérdida de biodiversidad y entablar con el medio ambiente relaciones más armónicas desde la industria. * Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Estudiante de la Especialización en Derecho del Medio Ambiente y miembro del Observatorio de Derecho Ambiental y de Tierras de la misma casa de estudios. Abogado en la Dirección de Control Ambiental de la Secretaría Distrital de Ambiente. cristian.bermudez98r@gmail.com


[1] José Eustasio Rivera fue un huilense, nacido en el municipio de San Mateo, el cual posteriormente se renombró con el apellido del autor, el 19 de febrero de 1888. Estudió derecho en la Universidad Nacional y falleció el 1 de diciembre de 1928.

[2] Colombia acababa de perder parte de su territorio con la independencia de Panamá, por lo cual, con intenciones de ejercer soberanía en el resto del país, instauró una comisión limítrofe que tendría como fin especificar la frontera con Venezuela.

[3] “En 1913 el magistrado Carlos Valcárcel escribió: «la denuncia de Saldaña Rocca produjo excitación extraordinaria; y en vis-ta de las afirmaciones precisas, concretas, sobre los crímenes cometidos en el Putumayo […] el juez ante quien se presentó Saldaña Rocca ordenó el enjuiciamiento de Julio Arana, Pablo Zumaeta, Juan V. Vega y demás acusados»” (Corti, 2017).

[4] La Vorágine puede ser adquirida en: https://www.panamericana.com.co/la-voragine-583519/p

[5] “La lucha entre lo salvaje y lo civilizado persiste, pero toma una nueva vertiente: la denuncia de la violencia contra el ambiente, no solo contra el ser humano. En un mismo sentido, se encuentra una amplia similitud con la novela inglesa El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad, quien establece la misma dualidad, pero convierte el relato de Marlow (narrador de esa novela) en una narración que tiene como antesala la destrucción ambiental de las compañías inglesas en el África, con el afán de la explotación del marfil. Tanto Rivera como Conrad crean una epopeya nacional, con visos de odisea y la labor fiera de un héroe, pero, en ambas construcciones, vemos como impera el factor político y de clase, lo que lleva a entender una postura de protección ecológica.” (Cazares, 2020)

[6] Para la época se pueden observar como ejemplos de instrumentos internacionales que intentaron regular la explotación de los recursos naturales el Tratado Concerniente a la Regulación de la Pesca de Salmón en la Cuenca del Río Rin y el Protocolo para la Preservación de la Vida Salvaje en África. Como se observa, no son tratados que tenían como fin conservar para explotar. Cabe resaltar que doctrinantes como Juste Ruiz denominan a esta época como la “prehistoria del derecho ambiental”.

[7] “El concepto fue acuñado en 1985, en el Foro Nacional sobre la Diversidad Biológica de Estados Unidos. Edward O. Wilson (1929 – ), entomólogo de la Universidad de Harvard y prolífico escritor sobre el tema de conservación, quien tituló la publicación de los resultados del foro en 1988 como “biodiversidad”.” (Biodiversidad Mexicana, 2022)

[8] Fue en el Informe Bruntland donde se acuñó la palabra “desarrollo sostenible” el cual se conceptualiza como “el desarrollo que permite satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro de satisfacer sus propias necesidades”.

[9] Se ha escuchado de distintos actores internacionales que para la próxima COP del Convenio de Diversidad Biológica se intentará traer a colación una conceptualización más robusta de la conexión entre cultura y biodiversidad, además de intentar aunar esfuerzos para que dicha conexión sea también llevada hasta la COP de los tratados reguladores del cambio climático.